Casi siempre, cuando hacemos una foto, vemos por el visor la escena que queremos componer, nos aseguramos de que la luz es correcta, la apertura nos va a dar la profundidad de campo adecuada, la velocidad que hará que se congelen los movimientos, o justo lo contrario... y disparamos. Y esa es precisamente la imagen que procesamos y que después utilizamos para lo que sea menester.
Una cosa así me pasó con esta foto:
Vi el suelo, me pareció que podía generar una imagen llamativa, encuadré, y disparé. La foto, una vez procesada, pasada a blanco y negro (que no lo es, aunque lo parezca) y ajustados los niveles, queda así:
Como veis, pocas diferencias: un pequeño recorte y un ligero viñeteado para darle un poco de profundidad.
Esta era una de las fotos que pensaba incluir en mi Exposicion "Líneas", que podéis ver en Brihuega estos días. Junto con otras fotos recien impresas me fui a la tienda donde suelo poner los paspartús, y cuando estaba dando las instrucciones sobre donde poner la ventana en cada una de las fotos, el propietario de la tienda me dice... ¿Y porqué no pones esta al revés?. Da la vuelta a la foto y me enseña esto:
Ni que decir tiene que así es como la encontrareis colgando de la pared del convento de San José.
Como toda historia tiene una moraleja, la que yo he sacado de esto es que nunca debemos dar por sentado nada de lo que hacemos. Todo debe ser visto con nuevos ojos, porque, a veces, lo que estamos acostumbrados a ver de una manera, aunque nos guste, puede ser visto de otra mucho mejor.